26.9.08

Beatus Ille

Y de repente en la autopista un malestar, un mareo tenue que busco disimular. ¿Estás mareado? No se puede evitar: Sí, lo estoy. ¿Paramos? Ok, tengo náuseas. Me bajo, me inclino, dedos a la garganta sin que se dé cuenta y me induzco el vómito. Expulso, vomito todo; vomito la imposición, el tabú, el fingir, el qué dirán y el miedo a. No se detiene, vomito urbe, sociedad y bilis amarillenta y amarga. Pero como suelen decir, después de la tormenta la calma... inspiración profunda -¿la de respirar o la de crear?- y me inundo; del origen, de la tierra. Me inundo del uno mismo, del yo perdido y tan añorado, del espacio infinito y solitario, de la reflexión eterna. Naturaleza al lado del camino, bosque imponente y majestuoso que dice ven, yo sí te quiero, y qué llamado más irresistible, me adentro en la frondosidad, entro en él hasta las últimas raíces, pero no con sol colorado ni sangre furiosa, sino con espíritu emancipado y sereno. Me sigue, no es capaz de dejarme ir, pero el bosque le rechaza y expulsa de su reino de dríadas y hongos psilocibios. No le quiere aquí, porque guardó todo esto durante tanto tiempo sólo para mí, para la recuperación de mi esencia trastornada.