Te apareces, te vas, vienes, vuelves a tu lugar, me cansas la vista y la imaginación.
Dejas caer canicas en mi baldosa, un millón, con expresión gélida e inflexible en tu rostro de estatua mausoleica en marfil.
Haces ruido, traes estruendo a esta, mi corte del absurdo, más llena de bufones que de cortesanos.
Acrecientas mi caos, tomas las riendas de este carnaval atroz.
Rompes bisagras, quiebras ventanales y claraboyas, dejas a la intemperie a mi majestad desmoralizada, desnuda y demacrada, llena de llagas hondas para que filtres tu lluvia ácida en goteras eternas de terror.
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